El día que yo me muera
Como a mi nadie me quiere, el día que yo me muera,
por si acaso alguien lo hace, quiero entierro a mi manera;
que me carguen siete perros a pie por la carretera
arropado mi ataúd con mi escudo y mi bandera.
Que un gallo vaya cantando siempre el himno nacional,
y si aparecen dos gatos que vayan marchando al frente;
y que con garras y dientes le despejen el camino,
a los que cargan conmigo a mi lecho sepulcral.
Quiero entierro a mi manera, lejos de la hipocresía,
y si comienza a llover, mucho mejor todavía;
que nadie diga siquiera con sus palabras farsantes,
¡Bendito murió Miguel! Tan bueno que en vida era.
Alguien se habrá de encargar de los gastos del entierro,
porque siendo malo o bueno, pobre o adinerado;
a nadie no han enterrado por eso que se llama amar,
y siendo muy lindo o feo, a las veinticuatro horas, ya se comienza a apestar.
Eso si, que me dejen cuatro rosas encima de mi sepulcro,
que representen del mundo lo que de él pude ganar,
envidia, traición y llanto, nostalgia por no tenerte,
pero tan poco mi muerte quiero que te haga llorar.
Después que me hayan dejado con tanta tierra encima,
que salgan de allí corriendo por si vuelvo a despertar;
y los perros que han sido de mí mis buenos amigos,
que formen un coro juntos y se pongan a ladrar.
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