Caminante,

del pueblo y de su tierra,

en su piel desde tus pies te aventuraste,

y alzaste en nuestra copa la frescura,

del cielo de tu vientre en arte.

Hoy arden tus sabores,

tus pisadas,

tus aromas,

tus marciales arrebatos.

Tu fina huella en vino derramada,

hoy brota desde el suelo,

desde el alma de tu mano la semilla,

de tu incansable corazón naviero.

Oh! Virtuoso Edén tu blanco vuelo!

Cobijaste los pechos extasiados,

que latieron los Septiembres de tus dedos.

Desnudaste tus pupilas,

ávidas de consumir al cosmos todo,

despeinaste a rapsodias y doncellas,

y ceñido a tus ojos de labriego,

sembraste,

desataste,

delineaste,

los campos del amor y su tesoro.

¿Qué aura milagrosa engendró en hombre?

Si el mar en sus brazadas te sacude,

sus golpes en la orilla hoy te imploran,

si escurres de la lluvia,

la aurora te palpita,

tu sangre acusa al viento,

y ocasos en la lágrima te añoran.

Si hasta la piedra ruge y te aflora!

Tu puerto,

América y el mundo,

destierro y espirales justicieros,

fundieron en tus garras tus pasiones,

tus renglones,

tus querellas,

tus desvelos.

Ay! Poeta en el derrumbe!

Clamor de multitudes y gobiernos,

bramaste el testimonio de tu pluma,

al patriota,

a carencias y desmanes,

a fronteras y condenas,

a la vida plena.

Hoy,

gallardas tremolan las banderas,

ondeando tu conciencia férrea,

deambula tu epitafio en los cimientos,

del fructífero canto que la tierra,

no en vano te hizo llama y su sustento.

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