Se ligaron en santo matrimonio

una noche feliz de plenilunio,

Anacleta Toral y Don Antonio,

de los años dos mil el mes de Junio.

Él, un santo varón, un hombre noble,

prototipo perfecto de un asceta

y un poquito mayor, más bien el doble

que la oronda y jocunda de Anacleta.

Ella obesa y pomposa y rozagante,

inclinada a la gula y la molicie,

con dos grandes montañas por delante,

por detrás una extensa superfice.

Ojos claros y rubia y ostentosa,

de encendidas mejillas coloradas,

piernas gruesas, barriga generosa

y los pies con las uñas enterradas.

"¡Qué pareja!" decían admirados

los de lenguas de víboras macizas.

"¿Cómo pueden estar enamorados?

Él parece surgido de cenizas...

ella el mundo con esos hemisferios,

él enjuto, ceñudo, misterioso.

¿Quién se puede explicar estos misterios?

Ojalá no resulte peligroso..."

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El amor es así. No más historias.

Nadie sabe por qué ni cómo llega.

Esto es parte de mí, de mis memorias,

porque yo fui testigo de su entrega.

Anacleta Toral y Don Antonio,

una inquieta pareja, muy inquieta

que se unieron en santo matrimonio

en la mente caliente de un poeta.

Heriberto Bravo Bravo SS.CC

12/02/2007