El dragón de dos cabezas - LikeaPoem.com

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El dragón de dos cabezas

La habitación desprendía una espesa niebla que flotaba sobre el tapiz de terciopelo. Las paredes manchadas de azabache, sostenían una serie de cuadros antiguos cubiertos de un polvo gris, que servía de cobijo para las arañas que habían edificado una deslumbrante cúpula de telaraña. En el centro de la sala, se adivinaba una cómoda revestida de madera acartonada que parecía inmune al paso del tiempo. Más allá de la puerta se asomaba un laberinto de pasillos y habitaciones, acompañados por una bruma que apenas dejaba a la vista una parte de la casa. Continuamos inspeccionando la zona en busca de pruebas que inculparan al acusado.

Entramos en la primera puerta que parecía llamarnos a gritos, preparando una emboscada. Esta habitación estaba extrañamente muy bien conservada. La pintura insinuaba un azul celeste rematado con guirnaldas que decoraban los rincones de las paredes. Había una mesita situada a un lado de la puerta, como si alguien lo hubiera colocado allí adrede. Un pequeño halo de luz penetraba por una ventana resquebrajada, la cual parecía tener una especie de dragón de dos cabezas en el marco. Rebusqué por los cajones de la mesita, y se quejaban cada vez que lo hacía. En ellos encontré pilas de folios amontonados, sin orden alguno. Leía lineas y lineas de tinta azul sin sentido alguno.

Habiendo interrogado a la mesita, tocaba ahora cotillear en los armarios que se perfilaban al fondo de la habitación, como lobos hambrientos en busca de una presa. La estructura de madera estaba formada por seis pisos, en los cuales sólo se dejaban ver libros antiguos con títulos innombrables escritos en relieve dorado. Insistiendo, me topé con lo que parecía ser una carta.

Estaba abierta, con un sobre que no conocía la suciedad. Se hallaba impecable. En el exterior brotaban letras cuidadosamente dibujadas, que contoneaban el nombre del acusado: Vicente Espronceda. Recorrí meticulosamente palabra tras palabra. En ella Vicente parecía tener contactos con uno de los empresarios implicados en el incendio de la finca de los García.

Al parecer, un ajuste de cuentas habían llevado a los dos empresarios a tomar medidas contra Ricardo García, el presidente de una cadena de empresas que se dedicaban a la importación de materias primas.

Aquel documento me serviría para implicar a Espronceda en el asesinato de la familia García.

Escapé de aquel lugar, en busca de una salida. Paseé por los laberintos oscuros de la casa, y me parecía que daba vueltas al habitáculo. Vislumbré una escalinata entre el polvo que surcaba por los pasillos. Me apresuré a descenderla y un estrepitoso sonido me detuvo. El mecanismo de la cerradura de la puerta principal chirriaba al ser forzado. La puerta dejó a la vista una silueta que se escondía entre las sombras que brotaban del salón. Fue entonces cuando lo vi, como si hubiera regresado de entre los muertos. La figura que se adivinaba tras la puerta era la de Ricardo García, a quien recordaba muerto. Creí que era una pesadilla, que quería llevarme con él a su particular mundo de fuego y sombras. Entonces me encaminé escaleras arriba en busca de un refugio contra el más allá, que se había conjurado para convertirme en uno más de los privilegiados.


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