El pobre hombrecillo,

no aspira a ser nada,...

Se aleja del borde,

lo esconde su madre,

se apiada del hombre,

y escupen sus gafas.

Contiene el aliento,

en nada destaca,

despierta cansado,

su píldora falla.

Le pesa la espalda,

se ríe a destiempo;

(el miedo es alergia,

sensible a la rabia).

Su vida no empieza,

el tiempo no alcanza,

por fin desespera,...

E insiste en la calma.

Se inflama en reproches,

no duerme de noche,

se llama al silencio,

se asocia a la nada.

El buen hombrecito,

deplora su muerte,

la ira se invierte,

se tuerce la vara.

Un necio y su orden,

vomitan su cara,

lo caro del sueldo,

define su tara.

Ajeno a ese drama,

gatilla un revólver,

su nombre es desorden,

la idea, es su bala.

Debajo del fiasco,

asoman dos caños;

el hambre de daño,

son egos con náusea.

Y el buen hombrecillo,

no olvida sus gafas,

el miedo, la noche,

su alergia y la farsa.

Hoy algo culmina,

(concluye un acorde),

la sombra del borde,

su entierro en la calma,

El necio y su orden,...

El peso en su alma.