A veces raya en mis criterios la opulencia, y el pequeño hilo que mantenía sujetos los cabellos, simplemente desaparece. Deja de ser real y ni siquiera puedo albergarlo como un enfermizo sueño.

Y otras veces, cuando de noche me siento a escribir, tantas ideas mueren sin tocar mi pluma, que quedo petrificado entre el papel y el cielo. Vuelto espuma y piedra, mirando pasar el tiempo que me lame las costras viejas, rozando cada centímetro de piel con toscos labios.

Sin olvidar cuando espero a la muerte desde mi ventana. Pero no como un espectro ni sombra alguna, sino como la palpable figura de la nada o de un vacío con dientes y garras: La personificación de nuestros miedos ocultos.

Busco desde mi lugar una cara extraña en cualidad de verdugo. Arranco de los cuerpos nocturnos, melancólicamente bellos, interesantes, raros, alguna característica que prometa no ser humana. Y quiero forzar la poesía hasta que de pronto llega. Así devoro una vasta extensión de tiempo hasta que sin más, continúo flotando en la bruma de mi habitación ensopado en versos principalmente crueles.