Lamino rompientes,

de fechas mareadas,

de lenguas de ascenso.

Se curva la prisa,

empolva sonrisas a oleadas,

rebana la carne.

Cuelgan despertares,

al abismo de un cerebro.

Oscila en corduras limadas,

ese olfato pendular,

anfibio en ganas blancas,

soluble en ritos negros.

Nervios de tiza,

costillas de agua,

tendones de humo.

Y un muro impostergable.

Limitada al fino enjuague,

del almíbar en la sed de mi bocado,

de tejidos de vocales de satén,

del acorde transparente en mis cristales,

del aroma de mis pasos,

y el rugido de mi piel.

Ampliamente hueca.

Troquelada por silentes,

rasurada por adversos,

maquillada por querellas.

La muralla el sesgo,

y el suburbio etéreo.

Enviciada por la estepa,

amputada,

acuchillada,

por mordiscos de mareas,

por relojes espirales,

soy la savia carcomida por su lecho.

La menguante en el acceso,

la creciente en el deceso.