La cortina en un bostezo,

despliega sus ojos

madrugando al quiosco.

El jilguero pinta surcos

al reposo de la plaza,

coloreando su respiro

en perfumes de día.

Los abrigos deambulan pereza,

balbucean rotos

en los gestos apagados,

que a su paso dormido,

dilatan apuros

desplomándose en el andén.

Los vagones roncos

jadean en sus vías.

Un ladrido baña al césped.

La mañana se pasea con el cielo,

alimentando al sol

que empalaga con su luz en el tejado.

La voz del tren

vulnera la siesta.

Se apodera del color de un lienzo,

se columpia en la sonrisa tierna,

baraja naipes,

se ceba un mate

sumándose al jolgorio fresco.

Y el calor y el encuentro

rodaron vespertinos,

mientras los pasos cansados

invitaron a la luna.

La estación

ya captura multitudes,

cuando el balón patea la tarde.

La cerveza entona su guitarra,

y al umbral de la noche

seduce la vigilia de un sereno.

En el latido oscuro

la plaza derrama su calzada muda,

concibiendo en su vientre los anhelos

de un reloj vacío,

a la espera del retorno ansiado

de nuevos estruendos de vida