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San Telmo, Buenos Aires, el puente. Un par de curdas

chamuyan de la vida, de Dios, de la mujer;

se mezclan los latidos del corazón... Absurda

parece la existencia mientras resuena un tren.

La noche avanza lenta en rededor del vino,

una pequeña mesa está esperándome,

quiero contarle al mozo mi ahogo más sentido.

Me alcanza la cuchara, doy vueltas el café.

Se va... Nadie conoce sobre mi esquivo enojo,

debo segar la espina que opaca el florecer,

mi rosedal de sueños ha muerto sin sus ojos,

y el bar me testifica que ya no puede ser.

Una ?sonrisa? juega con mi dolor... Descubro

en la pared la letra de un tango que no fue;

y allí, la servilleta de un sentimiento burdo,

me invita a despojarme antes de enloquecer.

Escribo un par de versos, evoco el tierno abrazo

que ayer me diera plena de amor y de placer;

y apenas me incorporo, el mozo - de un zarpazo -

recoge las monedas debajo del café.

Hace dos horas largas que el tren ha enmudecido,

la luna quejumbrosa maldice su desdén;

saludo en el silencio, los curdas se han dormido,

y desde un cuadro, ?el mudo?, sigue sonriéndome.

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(Nota: el "mudo" es Don Carlos Gardel)