Un bramido me atestigua

en aquel rincón de arroyuelos,

donde crecen los musgos secos.

Se palpita el desgaste,

flotan las canoas de olvido,

el acto remato su condena.

El mundo clama un cigarrillo

para amenizar la bazofia.

Entregados en verdes papiros,

postran las bondades aceradas.

Distante de aquellas borrascas,

perpetuando el embeleco pregonero.

¿Y preguntas por los cultos?.

Solo tus parpados siguen altivos,

¿no ves la remozada lascivia?.

El éter nos abruma,

con su danza de bulímia,

con su tranco de hojarasca.

Yo clame sobrevivencia,

y mis cenizas jugaron en el barro.

Vislumbre los vestigios

de la lúdica comarca.

A lo lejos aun yacen,

gélidos ante los oráculos,

adorando al dios de oro negro,

despreciando la espesura.

¿Ruegas por el saldo?

Ya nada tiene el sentido,

si un puñado de cristales

asciende hasta tu figura.

¿Dudas de mi llanto?.

¡Despierta!.

Ya la arena es profecía...