Las penumbras se adueñaron de mi pecho,

desde el día que te fuiste cielo mío,

aquel día que rompimos nuestro idilio,

nuestras ansias de querernos como pocos.

Los pesares se convierten en mis ojos,

cual mareas de dolor y amargo llanto,

mientras busco tus recuerdos en el manto,

apacible y lacerante de las noches.

Poseído en tu pasión de antañas horas,

trato inútil de buscarte por las sombras,

recibiendo entre mis manos desgraciadas,

un vacío que va helando mi existir.

De mi boca saturada en frenesí,

que le diste con tus besos de mil sueños,

con tus labios nacarados y tan tiernos,

hoy reniega por la hiel de soledad.

El deseo de la gente, con maldad,

se propuso destruir nuestra delicia,

y lograron descargar su gran malicia,

acabando nuestro amor, nuestro querer.